
Ricardo Pérez Martínez
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Desde muy joven, (1923-2010) se vinculó al ambiente musical de su natal Atarés, y de los no menos musicales barrios habaneros de los Sitios, Belén y Cayo Hueso. Modestia, sencillez, talento y sensibilidad son cualidades que no siempre van unidas. Sin embargo, cuando se habla de nuestros compositores naturales, aquellos nacidos de las entrañas más humildes del pueblo, quienes ajenos a la academia han logrado una obra trascendente, no se puede negar que son inseparables.
Aquí conoció de la rumba, el son, la guaracha, la canción, que mucho influirían en su futura obra creativa, vinculada a los principales géneros de la música popular cubana y en especial al bolero.
Sin llegar a ser un clásico filinero, reflejó en su obra la impronta de este movimiento, de esta otra manera de decir la canción, que conoció en sus noches bohemias, en el afamado Callejón de Hamel, en los bares del puerto habanero y en las descargas familiares. De estas últimas hay que mencionar la del barrio del Pilar en casa de la compositora Ángela Ramírez, o la de Luis Yáñez, donde además de escuchar y disfrutar de la música cubana que más sonaba en aquellos años, admiraban la que llegaba de norteamérica: los conjuntos de swing, Nat King Cole, Frank Sinatra, las orquestas de jazz con sus novedosas armonizaciones y virtuosas improvisaciones que lo marcaron en su creación musical y proyección social, a tal punto de convertirse en un fanático bailador y promotor de esta expresión músico-danzaria.